Sobre las demoliciones en la periferia de Jerusalén
María Landi
«Ante la escena de los soldados obligando a las familias palestinas a abandonar sus hogares, en todas las manifestaciones en las que he participado en los últimos años en los territorios ocupados, se ve el horrible papel de los soldados con máscaras negras sobre sus rostros. Parecen figuras de los períodos más oscuros de nuestra propia historia. Dicen que es para proteger a nuestros soldados. Tal vez es porque deberíamos estar tan avergonzados de ver en lo que nos hemos convertido, que no quieren mostrar sus caras. ¿Quizás sientan la vergüenza? Probablemente no. No se puede mantener una ocupación militar sobre millones de personas durante años sin convertirse en la esencia del mal. Eso es en lo que nos hemos convertido, y ya ni siquiera nos avergonzamos de lo que hacemos.» Gershon Baskin
No hay nada demasiado nuevo en lo ocurrido el 22 de julio en Wadi al-Hummus, la parte oriental del vecindario palestino de Sur Bahir, al sureste de Jerusalén ocupada. Es una operación más de la guerra demográfica que Israel libra en la ciudad para deshacerse de la población palestina y judaizar por completo su «capital eterna e indivisible». Como bien tituló la organización israelí de derechos humanos B’Tselem, La excusa: seguridad. La estrategia: una mayoría demográfica judía.
Wadi al-Hummus puede verse como un microcosmos del régimen de ocupación colonial y apartheid israelí: la tierra palestina es apropiada y ocupada para construir colonias para uso exclusivo judío (ilegales según el Derecho Internacional); para proteger a las colonias se construye una barrera/muro de separación y se toma otras medidas de ‘seguridad’ (checkpoints militares, restricciones a la libertad de movimiento y de construcción); se fragmenta el territorio ocupado y se asigna diferentes documentos de identidad y permisos de residencia a sus habitantes; se implementan políticas de segregación para expulsar a la población no judía residente (mucho más cuando se trata de Jerusalén), estrangulándola mediante reglamentos y exigencias kafkianas y acosándola de diversas maneras; se desconoce y atropella cualquier tipo de jurisdicción y autonomía de la Autoridad Palestina, dejando claro quién es el único poder que manda entre el Mediterráneo y el Jordán; y sobre todo, el Ejército toma las principales decisiones sobre la vida y la muerte de la población ocupada, y el sistema judicial -al servicio de los intereses del poder ocupante- se limita a validarlas. En síntesis, un Ejército de ocupación gobierna disfrazado de democracia (‘la única de Medio Oriente’, según la propaganda sionista para consumo occidental).
No está de más recordar que todas las políticas y acciones de desalojo, expulsión de la población ocupada, demolición de sus propiedades, apropiación de su tierra y asentamiento en ella de la población ocupante son estrictamente crímenes de guerra -cometidos diariamente por el Estado de Israel- según el IV Convenio de Ginebra y el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, bajo el Derecho Internacional Humanitario que, según la ONU, es la legislación aplicable en el territorio palestino ocupado.
Vivir en el limbo
Estas no fueron las primeras viviendas demolidas en esa zona, ni serán las últimas. Muchas otras construcciones nuevas están bajo la misma amenaza. El 22 de julio, 17 personas -dos familias-, de las cuales 11 son menores de edad, quedaron sin techo, y otras 350 perdieron sus casas antes de haberlas estrenado. Además de perderlas (y por supuesto no recibir indemnización alguna), las familias están obligadas a pagar el ‘servicio’ de demolición, tal como establece la perversa normativa israelí.
No obstante, dos rasgos hacen especial a esta demolición: la cantidad de unidades destruídas (más de 70, por tratarse de 11 edificios) y el hecho de que las viviendas -a diferencia de la mayoría de las que son demolidas habitualmente por el régimen israelí- sí tenían permiso de construcción, y en ese sentido eran totalmente legales. El permiso había sido otorgado por la Autoridad Palestina (que -en teoría- tiene jurisdicción en parte de Cisjordania: en las áreas A y B, pero no en el área C, según los tramposos Acuerdos de Oslo), ya que Wadi al-Hummus no es considerado parte de Jerusalén. Pero como sucede casi siempre, tras una larga batalla judicial, enormes sumas de dinero y una cantidad inconmensurable de estrés, angustia e incertidumbre durante años, los propietarios palestinos perdieron el recurso de apelación, y la Corte Suprema de Israel ratificó la decisión del Ejecutivo.
La razón esgrimida para la demolición es tan simple como brutal: las viviendas palestinas constituyen un peligro para la seguridad de la población judía que habita (ilegalmente) en las colonias vecinas, pues están construidas demasiado cerca de la barrera de separación (versión suburbana del Muro). Estos días las familias residentes en Sur Bahir se enteraron de que una orden militar del Ejército israelí emitida en 2011 (y no comunicada a la población palestina) prohíbe la construcción de viviendas a menos de 200 metros de la barrera de separación. Una barrera que el mismo Estado de Israel ha construido desde 2002 para fragmentar y robar el territorio palestino, aislar a Jerusalén de Cisjordania y dejar fuera de la ciudad a las comunidades palestinas.
El hecho es que el vecindario de Sur Bahir -al que pertenece Wadi al-Hummus- está en un limbo administrativo y territorial, atrapado entre la barrera de separación y la jurisdicción municipal israelí. Tras la construcción del Muro/barrera, a pesar de haber quedado separadas físicamente de Cisjordania y ubicadas adentro de Jerusalén, las zonas de Wadi al-Hummus, al-Muntar y Deir al-Amud y sus residentes no fueron incorporadas dentro de los límites municipales de la ciudad. Su situación es similar a la de las comunidades de Cisjordania ubicadas en la llamada ‘zona de costura’ (seam zone): la ruta arbitraria e ilegal del Muro las dejó ‘del lado israelí’ (separadas de Cisjordania), entre el Muro y la Línea Verde; no están ni en Cisjordania ni en ‘Israel’.
«Es como si viviéramos en el limbo», dijo un residente de Wadi al-Hummus a Mondoweiss. «Estamos legalmente bajo la jurisdicción de la Autoridad Palestina, pero el gobierno israelí no permite que la AP ejerza su autoridad más allá del muro». Aunque la AP no tiene permitido prestar servicios a estas zonas, el ayuntamiento de Jerusalén tampoco lo hace (excepto recolección de residuos), porque las zonas están técnicamente fuera de sus límites municipales. Toda la infraestructura -pavimento, electricidad, agua, etc.- fue construida por los propios residentes.

Wadi al-Hummus, al sureste de Sur Bahir, en medio de la kafkiana geografía de la ocupación creada en Oslo: las viviendas están repartidas entre la barrera/muro y las áreas A, B y C. (Mapa: UNOCHA).
La casa: hogar, familia, comunidad, patria
En Palestina no existe un mercado inmobiliario dinámico; la gente no se muda de un lugar a otro (salvo por razones de fuerza mayor). Las familias palestinas son numerosas, la natalidad es muy alta, y es muy difícil acceder a una vivienda, no tanto por su costo, sino por la falta de oferta habitacional, debido a que cada vez hay menos tierras disponibles (apropiadas por Israel para sus colonias) y a la negativa de las autoridades de ocupación de otorgar permisos de construcción a la población palestina -especialmente en Jerusalén-. Por eso la gente debe construir sin permiso (y arriesgar una demolición) o buscar un lugar fuera de la ciudad donde el permiso sea otorgado por la Autoridad Palestina; pero a riesgo de perder su ‘permiso de residencia’ en Jerusalén, aunque haya nacido allí. En cualquier caso, construir una casa implica años de ahorro y sacrificio, y no menos esfuerzos -y gasto- para sortear la perversa burocracia de la ocupación y obtener los permisos necesarios.
Quien conoce la cultura palestina sabe que, para un padre de familia, construir su casa es bastante más que asegurarse un techo: es como inaugurar una dinastía, ya que en esa vivienda de varias plantas -generalmente levantada por sus propias manos y con ayuda familiar y solidaria- vivirán sus hijos e hijas, yernos y nueras, nietos y nietas. Para las mujeres, la casa es su habitat, el centro de su vida (pues muchas no trabajan fuera), el nido donde crían a sus hijas e hijos y cuidan a sus mayores cuando llega la vejez, el refugio donde resguardan el afecto y los vínculos familiares ante la hostilidad del mundo exterior. Cuando la casa es destruida, la crisis no es solo económica: con ella se derrumban el futuro, los sueños, la posibilidad de proyectarse, los pilares mismos que sostienen unida a una familia; y sus impactos afectan a toda una comunidad, que se mira en el espejo de la tragedia.
Testimonio de Ismael Obediyah (42), casado y padre de cinco hijos/as, residente en Wadi al-Humos, 9 días antes de que su casa fuera demolida:
Soy originario del barrio Um Lison, en Yabal al-Mukabber [Jerusalén sur]. Me casé en 1998 y vivía con mi esposa en una unidad de 50 metros cuadrados. Tuvimos cinco hijos/as y empezamos a sufrir el hacinamiento. Sentí que teníamos que encontrar una casa más grande.
En 2015, compré una parcela en Wadi al-Hummus y obtuve un permiso de construcción de la Autoridad Palestina, ya que la tierra estaba en el área A y era parte del distrito de Belén. Construí una casa de dos pisos, de 300 metros cuadrados cada uno. El primer piso está todavía en construcción, y vivimos en el segundo.
Recibimos la orden de demolición en 2016, y todavía estamos conmocionados por el hecho de que la apelación que presentamos ante la Corte Suprema no fue aceptada. Todos hemos pasado por un momento muy duro emocionalmente desde que se conoció la resolución. Me quedo despierto hasta el amanecer. Sigo pensando adónde iríamos después de la demolición, qué haríamos. Estos pensamientos me mantienen despierto por la noche. Ni siquiera mi hijo, que tiene que dar los exámenes de matriculación este año, puede concentrarse en sus estudios. Sólo Dios sabe si aprobará el examen general.
Pedí prestado mucho dinero para comprar el terreno y construir la casa. Tengo muchas deudas. Si la casa es demolida, me empobreceré. No creo que pueda salir de esta situación. Soy un simple trabajador, y mis ingresos son muy limitados. Tendremos que alquilar otra casa y pagar la deuda al mismo tiempo. Ahora mismo, ni siquiera puedo pensar en ello lógicamente y no puedo planear lo que sucederá después de la demolición.
Testimonio de Munther Abu Hadwan (42), casado y padre de cinco hijas/os, residente en Wadi al-Hummus, cuya vivienda ha recibido orden de demolición:
Me casé en 2001. Soy originario del campo de refugiados de Shu’fat [Jerusalén norte], y allí nacieron tres de nuestros hijos. No podíamos seguir viviendo allí debido al hacinamiento, la falta de seguridad y el desmoronamiento de la infraestructura. Sentí que el futuro de mis hijas/os estaba en peligro. Nuestra casa también estaba llena de gente. Sólo había una habitación, una cocina y un baño, todo en 40 metros cuadrados. Nos mudamos temporalmente a Ras al-Amud, que es mejor que el campo de refugiados. Teníamos una casa de 50 metros cuadrados allí.
Mis hermanos, mi padre y yo buscamos un lugar barato para construir, y encontramos Wadi al-Hummus. Compré el terreno y obtuvimos un permiso de construcción de la Autoridad Palestina en Belén, porque el terreno está en Zona A de Cisjordania. Construimos dos pisos: un garaje y un piso residencial arriba con dos unidades. Planeábamos construir un tercer piso con dos unidades más para mis hermanos Ashraf y Ahmad.
La orden de demolición emitida por [la autoridad israelí] frustró nuestras esperanzas y sueños de asentarnos allí. La orden nos ordena demoler la casa nosotros mismos antes del 18 de julio de 2019. Hemos estado tensos desde entonces, incapaces de pensar en otra cosa. Cada vez que miro a mis hijos, me pongo triste. ¿Adónde iremos después de la demolición? ¡No tengo ni idea! Tal vez a la calle.
Soy un hombre pobre. Soy un jornalero que trabaja en la construcción. Apenas puedo mantener a mi familia. No puedo permitirme alquilar un apartamento, ni siquiera por 500 dólares. Creo que una vez que se lleve a cabo la demolición, no tendremos más remedio que levantar una tienda de campaña sobre sus escombros y vivir allí. Tenemos cinco hijos: Ousamah, 17; Abd a-Rahman, 15; Iman, 13; Adam y Adham, 21 meses.
Cada vez que los niños ven un vehículo militar entrando en Wadi al-Hummus, piensan que la demolición está a punto de ocurrir y entran en pánico. Viven en un estado de tensión, ansiedad y confusión.
Fuente: B’Tselem. (Traducción: María Landi).

«Demolición de una casa = demolición de una familia. Rechazamos las decisiones de sus tribunales. Permaneceremos firmes.» (cartel en una vivienda de Wadi al-Hummus).
La obscenidad de las fuerzas de ocupación
Los operativos de limpieza étnica en la tierra ultrajada de Palestina nunca son procedimientos asépticos. Son despliegues de terrorismo estatal llevados a cabo por unas fuerzas de ocupación adictas a la violencia y entrenadas para ejercerla sin piedad -y hasta con gozo- contra la población ocupada. Es la arrogancia que dan siete décadas de impunidad absoluta, llevada al paroxismo en la era Trump.
Las demoliciones del 22 de julio en Wadi al-Hummus no fueron excepción. Las escenas parecían las que hemos visto en el cine de las fuerzas nazis expulsando a la población judía de sus hogares, casa por casa, manzana por manzana, barrio por barrio, a punta de metralleta, entre gritos, golpes, destrucción y saqueo.
A las 3 de la madrugada, 700 policías y 200 soldados (900 en total) irrumpieron violentamente en los hogares, y con sadismo brutalizaron, insultaron y golpearon a las familias y a las/os activistas internacionales que les acompañaban; entre burlas les tiraron gas pimienta a la cara, arrojaron gas lacrimógeno dentro de habitaciones cerradas, arrastraron de los pelos escaleras abajo, dieron patadas y culatazos y quebraron huesos de personas que solo trataban de permanecer en sus hogares por última vez, demorando su destrucción. Una veintena de palestinos e internacionales terminaron en el hospital Makassed por golpes, heridas, fracturas o intoxicación con gas lacrimógeno.
Fuerzas de seguridad israelíes celebran y ríen luego de la explosión que demolió un edificio de varios pisos en Wadi al-Hummus (video de Quds News Network):
Desesperación y resiliencia
Como ha explicado la psiquiatra palestina -y residente en Jerusalén- Samah Jabr, el régimen de ocupación colonial israelí busca destruir la voluntad y la identidad colectivas así como el sistema de valores de la sociedad palestina. Eso es claro en las políticas de castigo colectivo destinadas a quebrar a la gente para que deje de resistir y, sobre todo, abandone su patria. Según Jabr, la experiencia más común de trauma que sufre la población palestina tiene que ver con la humillación, la cosificación, la impotencia y la exposición cotidiana a un estrés tóxico.
Nada ilustra mejor eso que la vivencia de las personas y familias que presencian la demolición de sus casas sin poder hacer nada para evitarlo. Como dice en el primer video de esta entrada Ismael Obediyeh (abajo), lo peor para un hombre es no poder proteger a su familia, no poder salvar el hogar que construyó para ella con tanto esfuerzo. No menor es el trauma experimentado por las mujeres y por los niños y niñas que ven cómo su hogar -su mundo- se viene abajo ante sus ojos.
Al mismo tiempo, se ha dicho muchas veces que el palestino es el pueblo más resiliente del mundo. Lleva más de siete décadas resistiendo a un proyecto de muerte -verdadera necropolítica– que busca eliminarlo de la faz de su tierra. Samah Jabr también señala que la capacidad de resistir colectivamente es la respuesta más sana que un pueblo oprimido puede tener: «el trauma colectivo puede aliviarse mediante la promoción de esfuerzos cohesivos y colectivos, como el reconocimiento, la memoria, la reconciliación, el respeto a las minorías, el apoyo a las personas y grupos vulnerados y la acción cooperativa en masa.» Dice Jabr que, según su experiencia profesional, «la población palestina participa en un activismo maduro y en actos planificados de resistencia a la ocupación: estas personas suelen ser seguras de sí mismas, sinceras, altruistas y valientes, y poseen la inteligencia y la sensibilidad para sentir el dolor causado por la opresión. Debido a sus características, ven que la enfermedad es la ocupación, no su reacción a ella, y adoptan una postura saludable contra la ocupación: resisten.»
Quienes hemos sido testigos de esa actitud vital -que se expresa en el concepto árabe sumud-, y hemos escuchado una y otra vez de boca de quienes acaban de sufrir una demolición: «No nos vamos a rendir. Vamos a permanecer en nuestra tierra a cualquier precio. Vamos a reconstruir nuestras casas», sabemos que no es retórica. Para el pueblo palestino, Existir es Resistir no es una simple consigna: es la única forma que conoce de estar en el mundo.
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Imágenes que hablan por sí solas:
Recopilación de videos de activistas palestinos/as, israelíes e internacionales, y de organizaciones y medios como International Solidarity Movement, Silwanic, All That’s Left, B’Tselem, Al Jazeera, Quds Network, TRT World, +972 Magazine, etc.
Protestas a ambos lados de la barrera de separación al día siguiente de las demoliciones (video de Younes Arar):
Más información, testimonios e imágenes:
Wadi Hummus: un barrio palestino de Jerusalén demolido completo entre risas de los soldados israelíes
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