Una gira por las colonias israelíes en Cisjordania

Philip Weiss nos lleva con él en su viaje por las colonias israelíes en Cisjordania ocupada. Lo que revela esta crónica es lo que muchos ya sabíamos pero la opinión pública internacional se niega a admitir: la colonización de toda la Palestina histórica es una empresa nacional. Es el principal proyecto del Estado de Israel, su razón de ser. Si en el pasado amplios sectores de la sociedad israelí censuraban al movimiento de colonos, hoy todos han asumido, incluso los sionistas liberales, que las colonias no serán evacuadas de Cisjordania y que un estado palestino en las ‘fronteras del ’67’ ya no es viable.
Hoy ese sentido común está generalizado, más allá de la retórica de los dos estados que -por conveniencia o inercia- se sigue repitiendo fuera y dentro de Israel. El hecho es que, aun quienes nunca irían a vivir en ellas, han asumido que las colonias están para quedarse, y que la realidad de hoy es un único estado (judío y de apartheid) entre el Mediterráneo y el Jordán. Los colonos ganaron la batalla; así como los sionistas eran una minoría lunática entre la comunidad judía de Europa a principios del siglo XX y hoy son la inmensa mayoría, los colonos han dejado de ser un grupo aventurero y han impuesto su proyecto al conjunto de la sociedad israelí. Más aún: hoy están en el gobierno y controlan el Estado. Los grupos antisionistas han quedado reducidos a una ínfima minoría, cada vez más insignificante. Y en cualquier caso, tampoco ellos se engañan.

Chatarra en el ‘kibutz socialista’ Naaran, en el Valle del Jordán. Atrás, receptores primitivos de radio y las colinas que rodean a Jerusalén.

 

En medio de los colonos

Philip Weiss*

 

Traducción: María Landi

 

En mi primera noche en una colonia israelí, David sirvió sopa de pollo que había quedado del Sabbath y me contó una historia inquietante sobre el nacimiento de Israel. Su tío abuelo escapó de Europa y se vino a un kibutz llamado Ein Harod. En la colina de enfrente había una aldea palestina. Cuando estallaron las hostilidades entre judíos y palestinos en 1948, los judíos fueron a la aldea palestina y anunciaron que al día siguiente iban a traer buldóceres para arrasar el lugar, y que la gente tenía que irse. Al día siguiente volvieron y se sorprendieron al descubrir que toda la población había huido –temiendo una masacre como la que había tenido lugar en Deir Yassin. Los judíos entonces arrasaron la aldea y usaron las piedras para construir un estadio en su kibutz. David dijo que su tío había contado la historia “con los ojos brillantes”.

David no fue el único colono que me contó historias de la Nakba. Y el significado era claro: la generación anterior de sionistas había hecho cosas terribles a los palestinos a fin de construir el Estado de Israel. Ahora David y los demás colonos estaban llevando el mismo proyecto –el sionismo, el renacer del pueblo judío en su tierra– hacia la otra parte de la tierra de Israel. Y lo estaban haciendo sin destruir las localidades palestinas, como hicieron sus predecesores socialistas.

Los colonos me dijeron que el gran avance político del último par de años es que la élite de Tel Aviv ahora acepta que los colonos no se van a retirar de Cisjordania. Las élites cacarean sobre un estado palestino porque el mundo quiere oír eso. Pero muy pocos en la sociedad judío-israelí desean que eso ocurra, porque destrozaría al país.

A mediados de enero pasé cinco días en varias colonias, usando el servicio Airbnb[1]. Mi plan original era denunciar el hecho de que Airbnb está haciendo negocios en los territorios ocupados. Pero esa historia salió a la luz cuando viajé a Palestina (Voces Judías por la Paz y otros exigieron a la compañía terminar con ese servicio). Yo seguí adelante con las reservas que había hecho porque siempre he tenido curiosidad por los colonos. Dormí en cuatro colonias y visité otra media docena de ellas. Comí con colonos y recé con ellos. Asistí a una circuncisión y a un bar mitzvah. La mitad de mis anfitriones eran nacidos en los EE.UU. y la mitad israelíes. Les di mi nombre real, pero mentí al decirles que vendo casas en Nueva York (de hecho me he ganado la vida haciéndolo), porque estaba claro que nunca me hubieran recibido en esos lugares si decía la verdad. Las colonias son ilegales para la comunidad internacional, y la única forma de conseguir estas historias era con un engaño.

En esos cinco días en Palestina aprendí más sobre Israel que en ninguno de los viajes que hice antes. Estas colonias fueron fundadas una generación atrás con la finalidad de crear un estado que vaya del río al mar, y lo han conseguido. Son fortalezas construidas con mano de obra palestina. Hoy la mayoría de la sociedad judío-israelí no quiere un estado palestino, dicen los colonos; y los colonizadores se alzarían por cientos de miles para impedir que exista. Esa es la realidad que algunos jerarcas del Departamento de Estado han querido explicarle al público norteamericano –pero que los medios masivos nos ocultan.

El mundo que visité es el mundo hecho por los sionistas, según su ideal de soberanía judía. Y es un mundo de segregación, con los judíos en la cima. Un hecho se destaca de mi gira: en cinco días de entrar y salir de las colonias en territorio ocupado, regresando cuatro veces a Jerusalén Oeste en autobús y haciendo autoestop, nunca tuve que mostrar mi pasaporte. Ni una sola vez. Porque estaba entre los blancos, en coches de blancos. Yo he estado en Palestina ocupada infinidad de veces con amigos palestinos; siempre tuve que mostrar mi pasaporte en los checkpoints.


El bloque Gush Etzion

David es alto, enjuto y curtido, tiene 60 y pico largos y vive en una choza sobre una ladera. Viste pantalones de color caqui gastados por el trabajo físico y lleva un revólver de «cowvoy» por adentro del cinturón. Creció en Long Island y podría haber tenido una vida mucho mejor en EE.UU. Dice que vive a orillas del desierto de Judea, y en una noche de luna llena puede caminar hasta el Mar Muerto en 12 horas. “Le llaman Judea. Eso significa que es la tierra de los judíos. Éste es el lugar de un judío; esa es mi visión”. Su casa está sostenida con alambres enrollados. No le interesa el dinero, le interesan los niños. Tiene cinco con su ex, y hace un par de años se casó con una inmigrante rusa treintañera convertida al judaísmo. No funcionó, pero cuando le pregunto cuántos hijos pensaba tener con ella, me responde: “dos dígitos”.

David me lleva a recorrer tres colonias de la cima[2] en un coche destartalado, y me señala una ladera cubierta por viviendas nuevas con techos de tejas. “¿Estás sentado? ¡Ese es el boom inmobiliario Tekoa, resultado de la moratoria de los asentamientos!”. Dice que la moratoria parcial de 2010[3] permitía continuar la construcción de viviendas ya iniciadas; así que antes de que entrara en efecto, las cuadrillas trabajaron sin descanso día y noche, con luz artificial, para colocar los cimientos de las viviendas.

Vista norte desde la colonia Nokdim en el bloque Gush Etzion. La colonia Tekoa está a la izquierda. Al centro en primer plano hay una cámara de seguridad; al fondo a la derecha, el Herodium.

Vista norte desde la colonia Nokdim en el bloque Gush Etzion. La colonia Tekoa está a la izquierda. Al centro en primer plano hay una cámara de seguridad; al fondo a la derecha, el Herodium.

Los albañiles eran palestinos. Al entrar y salir de Tekoa, David saluda a un palestino que va en una camioneta pick-up nueva. Ahmed está transportando cuadrillas de obreros desde adentro de la colonia hasta sus coches en un estacionamiento de afuera. Los trabajadores no pueden caminar ni manejar dentro de la colonia; tienen que conseguir un permiso diario de la seguridad y ser transportados. Ahmed tiene un permiso para entrar su coche a la colonia. Vive en “la Tekoa árabe”, dice David. “Siempre puedes reconocer las aldeas palestinas por su símbolo fálico: los minaretes”.

David trabaja como guardia de seguridad para Ahmed y otros contratistas palestinos, porque todos los obreros palestinos tienen que ir acompañados de un israelí armado. Es para tranquilidad de las madres israelíes que pasean con sus niños, explica David. Entonces él se sienta en una silla con un libro y su arma durante todo el día mientras los obreros de Ahmed levantan bloques de hormigón y paredes de yeso. Gana 300 shekels al día, lo mismo que un maestro artesano.

A veces quien le paga es el dueño de la casa, pero más a menudo es el contratista. David le dijo a Ahmad: “¿Te das cuenta lo absurdo que es esto? Tú me pagas… para proteger a otros.. ¡de tí!”.

Hay cierta inocencia en David que me resulta conmovedora. De regreso en su casa abrimos una botella de vino hecho en las colonias, y él está de acuerdo conmigo en que está mal que Ahmed no pueda votar y él sí. Es por eso que el gobierno israelí construyó el muro dentro del territorio palestino, dice. No es una valla de seguridad: no le da ninguna seguridad a los cientos de miles de colonos que viven del lado palestino del muro, que serían las víctimas “más apetecibles” si los palestinos quisieran realmente matarlos. La finalidad del muro –según la concepción del establishment israelí, dice David– es mantener bajo el número de “árabes inmundos” que algún día podrán votar en el gran Israel.

Una botella de vino de las colonias en la cocina de David, en una colonia de Gush Etzion.

Una botella de vino de las colonias en la cocina de David, en una colonia de Gush Etzion.

David dice que a las élites de Tel Aviv no les gustan los colonos porque ponen en evidencia el hecho de que ellos hicieron las cosas mucho peor, por los mismos objetivos sionistas. “700.000 palestinos huyeron de sus aldeas en 1948. ¿Por qué?”, me pregunta. “La versión oficial es que el comité árabe en Damasco dio órdenes que fueron trasmitidas por altoparlantes de que se fueran, y la población se fue”. Pero eso es una tontería. La gente huyó por miedo después de la masacre de Deir Yassin.

David también excusa a las milicias sionistas de las masacres. Tenían que asegurar la ruta a Jerusalén, y estaban siendo atacadas. “Por supuesto que respondimos. Acabábamos de ir como corderos al matadero en Europa”.

Le pregunto por qué necesitamos un estado judío. David inclina la cabeza y me mira con extrañeza, como si hubiera dicho que la tierra es plana.

 “¡Vamos! ¿Después del Holocausto?”

Enciende el fuego en la cocina de leña y me muestra un video de un judío en el ejército norteamericano combatiendo a los nazis. Lee muchísimo sobre el Holocausto. “Un millón y medio de niños judíos. Imagínate. Un millón y medio”.

Le cuento lo que dijo mi madre sobre por qué tuvo seis hijos: “uno por cada millón”.

David se golpea el pecho. “¿Dijo eso realmente? Me hace sentir un escalofrío en la columna vertebral”.

Bebemos más vino y me cuenta sobre su propia motivación. Fue en 1973, durante la Guerra de Yom Kippur. Él tenía acreditación de seguridad en el ejército de EEUU, y su comandante le dijo que Egipto y Siria iban a invadir Israel dos días antes de que ocurriera. David comprendió que EEUU no estaba compartiendo con Israel toda la información que tenía, y que estaba en el lado equivocado. Cuando un operador de polígrafo le preguntó si alguna vez compartiría secretos con otro país, él dijo “No”, y el operador le dijo: “Tú tuviste problema con aquel país”. David se dio cuenta de que tenía razón y que debía irse del país para ayudar a proteger al estado judío.

Le pregunto por qué la gente dice que las colonias son ilegales.

 “Porque el mundo siempre ha odiado a los judíos”, responde. Me cuenta de su experiencia con el antisemitismo en EE.UU. Tenía un amigo muy educado que un día le comentó sobre un joyero: “Es judío; en el peor sentido”. “Cuando escuché eso, algo dentro de mí se murió”, dice David.

No obstante, piensa que si no fuera judío probablemente sería antisemita. “Porque somos un grupo de clanes que supera a los demás”.

David recicla la sopa de pollo del  Sabbath traída hace tres días de la casa de su hija con salchichas cortadas y cogotes de pollo. Mientras comemos, me muestra un folleto en árabe distribuido por la “Associazione Musulmani Italiani” que él hizo fotocopiar masivamente porque piensa que puede cambiar a los musulmanes. Es parte de su programa de des-islamización.

 “¿A qué te suena ‘des-islamización’?, me pregunta.

No puedo adivinarlo, y él responde: “Des-nazificación”.

Folleto sobre el Islam que un colono reparte a los palestinos en su campaña por la “des-islamización”.

Folleto sobre el Islam que un colono reparte a los palestinos en su campaña por la “des-islamización”.

Si el mundo hubiera frenado a los Nazis en los años Treinta, habría salvado 70 millones de vidas. La misma oportunidad está hoy en nuestras manos. Le digo que no creo que judíos y sionistas puedan forzar cambios en otra cultura religiosa. David dice que es el único camino hacia la paz. Los palestinos podrán votar cuando acepten que Israel es un estado judío. Y no pueden aceptarlo bajo el Islam.

Me preparo para dormir. Ésta es una vida de frontera. Hay recipientes llenos de agua sucia del lavarropas que se coloca en la cisterna del wáter para descargarla. Por la mañana David tuesta pan sobre la cocina de leña y lo sirve con café instantáneo.

Sentado, me sonríe con dulzura. “Lo que dijo tu madre sobre los seis millones… eso fue una hermosa afirmación”.

David le prestó el coche a su hijo, así que caminamos hasta Nokdim, una colonia vecina, para una ceremonia de circuncisión. Para salir pasamos por pesados portones de acero de seguridad y junto a una guardia en su casilla. Es rusa. Una cantidad de rusos no son judíos, dice David, o tienen un abuelo judío. Para poder casarse en Israel tienen que convertirse, pero los rabinos oficiales no aceptan una cantidad de conversiones.

La casa de Avigdor Lieberman se puede ver al fondo de esta foto tomada en la colonia Nokdim del bloque Gush Etzion, en Palestina.

La casa de Avigdor Lieberman se puede ver al fondo de esta foto tomada en la colonia Nokdim del bloque Gush Etzion, en Palestina.

En el camino pasamos por las casas de dos famosos parlamentarios: Avigdor Lieberman, ex ministro de relaciones exteriores (un inmigrante de la ex Unión Soviética) y Ze’ev Elkin, ministro del gabinete de Netanyahu que hizo caer al gobierno anterior presentando un proyecto de ley para declarar que Israel es el estado-nación del pueblo judío. Ante los portones de la colonia de Lieberman, dos trabajadores palestinos esperan el permiso diario para entrar. Probablemente viven en una aldea cercana. Yo, que vivo a miles de kilómetros, entro con David con una simple inclinación de cabeza del guardia. Los dos obreros tienen que esperar a ser transportados al lugar de trabajo por un contratista llamado Mahmud, cuyo vehículo tiene autorización. Sus manos están cubiertas de polvo de roca. David también trabaja para Mahmud, que se detiene a charlar con él en hebreo acerca del folleto musulmán italiano. Mahmud dice que 40 por ciento de las personas a las que se los dio fueron persuadidas.

Mientras nos alejamos, David dice que “la mano de Dios” hizo que Mahmud estuviera allí cuando llegamos.

En esta foto se puede ver a obreros palestinos trabajando dentro de la colonia israelí Nokdim. Al centro a la derecha, varios de ellos están sentados, descansando. 13/1/2016.

En esta foto se puede ver a obreros palestinos trabajando dentro de la colonia israelí Nokdim. Al centro a la derecha, varios de ellos están sentados, descansando. 13/1/2016.

La circuncisión es en una moderna sinagoga construida en la ladera, junto a una alta valla de seguridad coronada por cámaras que monitorean el perímetro. En la ceremonia hay varios estadounidenses de la edad de David, y él viste un sombrero de Nefesh b’Nefesh, un programa que promueve la emigración de judíos estadounidenses a los territorios ocupados. Un tipo admira su revólver de cowvoy, y otro barbudo de Colorado me dice que todo judío, en algún momento de su vida, oirá el llamado para unirse a su pueblo. Abrahán lo escuchó en la tierra de Haran, y tuvo que emigrar con su familia a la tierra de Canaán.

 “¿Sería eso lo que mi abuelo escuchó en Rusia, cuando emigró a Estados Unidos?”, le digo.

“No. Eso fue: ‘¡Lárguense de aquí!’”.

El tipo barbudo dice que el llamado está bien adentro de tu mente. “Es como un salmón que está pasándolo bien en el océano, y entonces algo aflora en su cabeza y se da vuelta y nada aguas arriba, pasando represas e indios y osos… nada le importa”.

 “Salmón… Eso está bueno”, dice David. “Yo siempre pensé en lemmings”.

 “No: mantente alejado de los lemmings”, dice su sabio amigo.

Los dos abuelos del que va a ser circuncidado son estadounidenses. El pelirrojo me cuenta que fue a Sudáfrica en 1986 con la Agencia Judía para traer judíos a Israel. “Los negros se estaban levantando”, dice.

 “¿Eso no está pasando aquí también?”, aventuro.

 “No. Nosotros somos los nativos”.

Un tipo joven nos interrumpe para hacer chistes de circuncisión. “¿Se puede dejar la mitad afuera? ¿Vas a conservar la punta?”.

El abuelo se vuelve hacia él. “¿Cómo circuncidas a una ballena? Con cuatro buzos”.

Me escapo antes del acto fatídico. Me despido de David con un abrazo, y en la parada de autobús no espero más de 30 segundos: me recoge un israelí-estadounidense de traje y kipá. Esto es lo que los israelíes llaman la trampiada, el punto de autostop. Me lleva a toda velocidad a Jerusalén Oeste.

Un zorro gris cruza la carretera y le cuento al conductor la comprensión política que adquirí tras pasar una noche en Gush Etzion: los sionistas liberales dividen la historia de Israel en un período noble de 19 años entre 1948 y 1967, y un período vergonzoso de los 48 años siguientes; pero eso no es más que una ilusión: todo es parte del mismo proceso sionista de asentar al pueblo judío en la tierra.

 “Es exactamente así”, dice él. “Aunque no has mencionado que los judíos han estado llegando a la tierra de Israel durante milenios. De hecho, decir que a los judíos no se les debería permitir vivir en estos lugares es una forma de antisemitismo”.

 “¿Y qué pasa con la solución de dos estados?”, pregunto.

 “¿Quién habla todavía de eso? Hasta Obama se ha dado por vencido. En lo que queda de su administración, se acabó”. Dice que las élites todavía fingen que están a favor. “Incluso Netanyahu”. Ellos tienen un plan, según el cual unos pocos cientos de miles [de colonos] serían evacuados de estas comunidades. Pero dice que si eso llegara a ocurrir, habría una rebelión masiva.

Vista al oeste desde el kibutz Na’aran en el Valle del Jordán. Más allá de la valla de seguridad está el valle y las colinas de Judea.

Vista al oeste desde el kibutz Na’aran en el Valle del Jordán. Más allá de la valla de seguridad está el valle y las colinas de Judea.


Na’aran, Valle del Jordán

Mi segunda colonia tiene un sabor ideológico diferente a la primera, y vistas aún más hermosas. Es un kibutz en lo alto de una colina debajo del nivel del mar, en el Valle del Jordán. Hacia el oeste se ven las montañas de Judea que rodean a Jerusalén. Al este se puede ver el delta del río Jordán y las luces de Amán. En primer plano, una plantación de palmeras datileras perteneciente al kibutz y una fábrica de rollos de plástico que, como dice orgullosamente un miembro del kibutz, emplea a cantidad de palestinos (y a la que Human Rights Watch exhortó a salir del territorio ocupado).

Al igual que los primeros kibutz de Galilea, éste tiene un carácter de fortaleza. Está compuesto por un anillo de estructuras en forma de choza sobre la colina. Mi anfitrión me muestra una de ellas. Bajamos por senderos que atraviesan las chozas, y me dice que no es necesario trancar la puerta, que ninguna de las redes de wifi necesita clave, y que puedo ir a donde quiera dentro del kibutz, aunque mis paseos terminarán cuando llegue a la alta valla coronada por alambre de púas.

Caminando por el perímetro del kibutz Naaran de noche. Notar los alambres de púa detrás de la cerca.

Caminando por el perímetro del kibutz Naaran de noche. Notar los alambres de púa detrás de la cerca.

Mi anfitrión me trae un plato de dátiles frescos, y luego se tiene que ir a Tel Aviv a trabajar como docente. El kibutz alberga al HaMahanot HaOlim, un movimiento juvenil sionista dedicado a la educación. Estuvo abandonado diez años hasta que HaMahanot HaOlim se hizo cargo de él. La gente joven no ha recolonizado plenamente el lugar: muchas de las chozas están vacías, y una cantidad de deshechos estilo flower-power del primer kibutz todavía están esparcidos por el lugar: camionetas rosadas y receptores de radio de alambre de gallinero.

Los kibutzniks de HaMahanot son los más parecidos a mí de todos los colonos que conocí en este viaje. Son profesionales seculares con ideas liberales, y su contenedor de reciclaje desborda de envases de vino tinto. Pero también son judíos nacionalistas. Están construyendo la comunidad judía en la tierra de Israel. “Como los sionistas originales” me dice mi anfitrión. “No somos religiosos, pero celebramos las fiestas judías a nuestra manera no tradicional”. Por Wikipedia me entero de que el movimiento juvenil fue expulsado de un grupo socialista internacional por seguir operando en los territorios ocupados.

Vieja maquinaria de construcción vial en el kibutz Naaran del Valle del Jordán, Palestina.

Vieja maquinaria de construcción vial en el kibutz Naaran del Valle del Jordán, Palestina.

Por supuesto, no hay trabajadores palestinos en el kibutz. Pero hay una choza llena de tailandeses. Mientras paseo, veo un camión con plataforma que trae a una docena de ellos de la plantación. Cuando el sol se está poniendo, me acerco a su terreno. Están haciendo una fogata a las 5 PM, pero claramente no soy bienvenido. Se ven cansados. Una pareja me mira con rostros asustados. El viejo ideal [sionista] del trabajo judío ha dado paso a la globalización neoliberal.

Después de que oscurece me dirijo hacia el comedor comunitario. La puerta está abierta, pero está completamente vacío. Me entristece. La vida comunitaria fue la razón por la que Bernie Sanders, Tony Judt, Arthur Koestler y Noam Chomsky vinieron a este país. Eso quedó en el pasado.

Estoy usando el internet en el corredor afuera de la oficina cuando un israelí delgado y con capucha aparece cargando dos M16 debajo del brazo. Es el jefe de seguridad, me dice afablemente, pero las armas son prueba de las intensas necesidades de seguridad del lugar. En mi caminata nocturna, voy hasta el portón de entrada y charlo con tres soldados apostados junto a una barrera de acero lo suficientemente grande como para frenar a un camión. Ni a los mismos vecinos del kibutz les gusta tener eso allí. No es muy diferente de los puestos de avanzada con torres y muros que los pioneros sionistas construyeron cuando colonizaron Galilea.

Retrato de Zivia Lubetkin, heroína del Gueto de Varsovia, en la oficina del kibutz HaMahanot Haolim en territorio ocupado.

Retrato de Zivia Lubetkin, heroína del gueto de Varsovia, en la oficina del kibutz HaMahanot Haolim en territorio ocupado.

Converso con algunos de los kibutzniks. Todos dicen que se irían del Valle del Jordán si el gobierno se los pidiera para dar lugar a un estado palestino. Pero cuando rascas la superficie, es claro que no creen en un estado palestino más que los colonos religiosos conservadores que he conocido.

 “Yo soy de izquierda, pero la solución de dos estados es problemática”, me dice un kibutznik corpulento y reflexivo. “No van a tener un aeropuerto; no pueden, eso no va a ocurrir. No van a tener un puerto, excepto bajo control israelí”. La única forma de que los palestinos tengan algo de soberanía real es compartiendo porciones de Cisjordania con Jordania. Esa es una idea que se escucha todo el tiempo de los sionistas de derecha. El kibutznik dice que una “lengua” de tierra conectaría las aldeas palestinas en las colinas de Cisjordania con Jordania. Y otra lengua conectaría a Israel con el Valle del Jordán. El país tendría que mantener una fuerza en el valle para proteger no sólo a Israel sino también a Jordania y a los sectores progresistas de la sociedad palestina de los islamistas.

 “Los soldados jordanos no miran hacia nosotros, miran hacia el este. ISIS está apenas a 50 o 100 millas”, dice.

Un kibutznik que está jugando con su hijo cerca de una aplanadora abandonada me habla sobre la violencia de los colonos judíos. Duma, la aldea donde tres integrantes de la familia Dawabsha fueron asesinados por colonos el verano pasado en un ataque incendiario, está apenas a unas pocas millas sobre la colina hacia el noroeste. Me comenta el libro de un rabino llamado “La Torá del Rey”, que justifica el asesinato de bebés gentiles[4] que al crecer podrían lastimar a los judíos. La intolerancia de la derecha lo desespera, dice.

 “Queremos un futuro con esperanza”, dice.

 “¿Qué tal si esa esperanza es una democracia que no sea un estado judío?”, digo yo.

Sacude la cabeza. “No. Necesitamos un estado judío. La historia lo demuestra: la Segunda Guerra Mundial. Pero los palestinos no pueden ser ciudadanos de segunda clase. Israel puede ser como el Vaticano. Hay no católicos viviendo en Ciudad del Vaticano, y tienen derechos”.

Esa noche estoy caminando alrededor del perímetro del kibutz cuando tengo una clásica experiencia de kibutz. En la pared de una choza veo la silueta acurrucada de un perro mirándome. ¡Un minuto después se me ha pegado! Los perros aquí son comunitarios, pero yo aprovecho la excusa del perro perdido para saludar a dos mujeres que están sentadas en su porche junto a una estufa a leña. Una de ellas es muy amigable. Me invita a pasar al porche y mientras me hace te de una planta de verbena, me cuenta sobre sus años en el suroeste de EEUU con su familia diplomática israelí. Esta joven mujer, divertida, sabia y consciente del mundo exterior, es la persona más sofisticada que encontraré en mis cinco días en las colonias.

Incluso los sionistas liberales consideran que hay un solo estado. Éste es el mapa de la oficina del kibutz socialista Naaran, operado por el movimiento juvenil HaMahanot HaOlim.

Incluso los sionistas liberales consideran que hay un solo estado. Éste es el mapa de la oficina del kibutz socialista Naaran, operado por el movimiento juvenil HaMahanot HaOlim.

Le digo: “¿Pero realmente necesitamos un estado judío?”

 “¡No empieces con eso! No soy una sionista”.

Nos reímos. Entonces ella expresa algunos ideales universalistas acerca del fin de las políticas de identidad, y yo asiento con la cabeza. No le pregunto qué está haciendo en una comunidad exclusivamente judía, pero encuentro la conversación alentadora. Algunos israelíes entienden que el nacionalismo judío no está funcionando.

Pero a la mañana siguiente mi malestar anticolonial regresa. Estoy afuera para otra caminata cuando oigo voces de niños gritando en toda la zona. Me dirijo hacia donde se escuchan los gritos, esperando ver a los niños del kibutz jugando. Paso junto a un basural del kibutz anterior y una instalación de receptor de radio estilo ET, pero las voces siguen sonando distantes.

Entonces veo que son pastores palestinos a caballo, muy abajo en el valle, llamándose uno al otro mientras traen sus rebaños ladera arriba. Están a media milla de distancia, pero al acercarme a la valla, se alejan galopando, rodeando una zona rocosa fuera de mi vista. Me siento preso. Ellos son mucho más libres en esta tierra que mis anfitriones.

 

Segunda parte

 

El mundo construido por los colonos

 

Módulos para alojar a los recién llegados a la colonia Ofra, en Cisjordania. Un cartel ofrece a la venta artículos religiosos.

Módulos para alojar a los recién llegados a la colonia Ofra, en Cisjordania. En uno de ellos se anuncia la venta de artículos religiosos.

Shiloh

La primera orden del día en mi tercera colonia es conseguir una botella de vino. Avi me lleva en su coche colina abajo para visitar los lagares de otro compatriota inmigrante. Pasamos junto a un grupo de trabajadores palestinos que están saliendo del lugar con un guardia de seguridad judío, y Avi menea la cabeza en señal de desaprobación.

 “La política aquí es que no se permite emplear a palestinos de las aldeas vecinas porque van a terminar conociendo Shilo demasiado bien, y si alguna vez se rebelan, conocerían las vulnerabilidades de la comunidad”, me explica. “Pero ¿por qué contratar a gente que quiere matarte? No lo entiendo”.

El vinicultor tiene un taller de tamaño considerable con una pérgola, un estudio y una vista señorial. Me cobra 20 dólares por su merlot. «No tiene sulfitos», dice Avi. «Y no se le añade levadura. Sólo la levadura que Dios puso en las uvas».

La religiosidad de Avi se combina con sus movimientos ágiles y juveniles de ex bailarín. Creció en las afueras de Chicago, usa vaqueros, una camisa de algodón rústico y kipá. En EE.UU. pasaría por un bohemio amante de la vida al aire libre. Nadie pensaría que tiene siete hijos e hijas.

Giv’at Asaf es una pequeña colonia escondida de la carretera en las Colinas de Judea, cerca de Shilo y Ofra. Construida en tierras palestinas, ha bloqueado el acceso de la población palestina a la autopista 60 adyacente.

Giv’at Asaf es una pequeña colonia escondida en las Colinas de Judea, cerca de Shilo y Ofra. Construida en tierras palestinas, ha bloqueado el acceso de la población palestina a la autopista 60 adyacente.

Nos sentamos en la cocina con dos de sus nietas, y cuando el sol se pone sirve dos vasos de bourbon destilados por él y su vecino, y me cuenta su historia. Es perfectamente convincente, aunque atravesada por fuertes corrientes: sus objeciones al materialismo estadounidense, a la asimilación y al antisemitismo. Cuando Avi era joven, un chico vecino le dijo que quería ser presidente. “¿El presidente Feigenbaum? ¿De verdad?”. Más tarde su compañía de danza no le permitía ausentarse en el Sabbath, y comprendió que los estadounidenses no toleraban la cultura judía. Y su trato hacia las mujeres le parecía irrespetuoso. Su esposa Rachel, nacida en New Jersey, se cubre la cabeza, porque el pelo de una mujer es algo que sólo el esposo debe ver. Avi estaba fervientemente en contra de la guerra de Vietnam y de la idea misma de las armas, pero cuando vino aquí no pensó en eso en absoluto y se unió al ejército por el bien del pueblo judío.

Hoy solo quedan dos comunidades judías verdaderas en el mundo, dice Avi, y la estadounidense se está evaporando lentamente. Él y su esposa tienen cuatro hermanos entre los dos; todos se casaron con no judías, y están perdiendo contacto con la tradición judía. Los judíos están abandonando Francia; muchos de ellos están viniéndose para estas colinas. “Un judío pertenece a esta tierra”, dice Avi. Una vez David Ben-Gurión también dijo eso. En el hueco de la escalera hay una pintura de tamaño mayor que el natural del patriarca sionista sosteniendo una pala de mango largo. El pintor es otro inmigrante estadounidense que años atrás abandonó su trabajo en el Jerusalem Post después de quemarse por sugerir cómo asesinar a Yasser Arafat.

El merlot resulta ser muy bueno. Tomamos el vino con una cena modesta: remolachas asadas, hinojo y batata, papas al horno y una ensalada sencilla.

Avi y Rachel llevan una vida simple, sin una cantidad de cosas. Los dos parecen críticos del materialismo estadounidense. Se necesita gente especial para ser colono; personas a las que no les importe la adversidad y la resistencia. Avi repite un mantra bíblico que motiva a los colonos: “Hay dos cosas que se ganan, o se alcanzan, a través de la lucha: la Torá y la tierra de Israel”.

La suya es una comunidad tradicional; todos en la colonia parecen estar metidos en los asuntos de los demás. Cuando pregunto cuántos colonos más tienen cocina de leña, Rachel y Avi nombran a las seis o siete familias, una por una.

Le pregunto a Rachel cómo se sentiría si uno de sus hijos acabara viviendo en Tel Aviv. Sonríe con disgusto y dice que no está segura.

 “Estamos haciendo que el país sea más estable. Es tan amplio y rodeado de un mar de gentes, la mayoría de las cuales no nos quiere aquí; muchos de ellos quieren matarnos. Así que estamos en las líneas del frente. Mucha gente en Tel Aviv no entiende eso. Han interiorizado el hecho de que la gente no quiere vernos aquí. Ni siquiera vienen nunca. Pero nosotros estamos haciendo el trabajo del pueblo judío.”

Avi dice que el gobierno israelí tiene dos respuestas a la llamada ocupación. Una es dejar que las cosas sigan más o menos como están; porque, eh, están pasando cosas mucho peores en Medio Oriente. Y la otra es la anexión. Avi está a favor de la anexión. Dice que esa idea de ‘los palestinos’ es una ficción.

 “¡Son árabes!” dice. “¿Qué se entendía siempre por ‘los palestinos’? ¡Se entendía ‘los judíos’! Ya les dimos el 70 por ciento de Palestina: Jordania. Que tengan allí su Palestina.”

El análisis de Avi sobre la sociedad israelí es más astuto. Me explica por qué el gobierno y la mayoría de los judíos israelíes están detrás del proyecto colonizador.

 “Dejemos a un lado a los palestinos, esa es toda otra cuestión”, dice. Hay tres grandes tensiones en la sociedad judía israelí. Primero, las élites seculares. Los askenazíes socialistas fundadores tiraron por la borda sus tefillin (vestimenta de rezar) cuando avistaron el nuevo país en los años Treinta. Ya no querían más judaísmo rabínico. Fundaron los partidos que luego dieron origen al Laborismo. Pero discriminaron a los mizrahim (los judíos de los países árabes) y a los ortodoxos; y calcularon mal la cuestión de la seguridad de Israel en la guerra de 1973. Entonces el Likud llevó todas esas fuerzas hacia la victoria a finales de los Setenta.

Hoy en día, dice Avi, las tres corrientes se llevan bien. Mizrahim y askenazíes se casan entre sí sin que se alce una ceja. Avi es religioso, pero uno de sus hijos está saliendo con una chica secular. Hay más y más señales de secularismo, incluso en Shilo: algunas mujeres no se cubren la cabeza.

En cuanto a la izquierda secular, se está plegando a la derecha porque ha dejado de promover un estado palestino, sabiendo que eso amenazaría a la seguridad de Israel. Avi y los kibutzniks con los que me alojé la noche anterior tienen en común una creencia central: son sionistas. Creen en la necesidad de un estado judío en la tierra (bíblica) de Israel. Los sionistas revivieron la lengua hebrea y el ritual judío en esta tierra; y los seculares están inmersos en la Torá, aun si no van a la sinagoga.

 “Sus hijos serán judíos. Eso es lo que importa”, dice Avi. Es más de lo que sus hermanos y cuñadas en EE.UU. pueden decir.

No llegamos a hablar de las personas palestinas ciudadanas de Israel.

El sionismo está vivo y goza de buena salud, dice Avi. “Sionismo significa que los judíos tienen que gobernarse a sí mismos, y que necesitan un lugar seguro. Nunca les ha ido bien con los goyim, siempre nos han atacado”.

“Por eso mi madre tuvo seis hijos”, digo. “Uno por cada millón”.

Rachel se lleva la mano al pecho. “¿Es una sobreviviente?”

 “No, pero a veces se sentía así.”

 “Bueno, si estás conectada con el judaísmo, lo puedes entender”, dice ella.

 “¿Qué tal si les digo que en EE.UU. nos llevamos bien con los goyim?”, pregunto.

“Te digo: ¡buena suerte!”, responde Avi. “Las universidades son un lugar temible para ser judío. Te pueden atacar allí… ¡Lo que yo he visto de los árabes en los campus…! En Europa no estamos seguros. Hay una larga historia de ataques a los judíos. Y todavía hay antisemitismo en EE.UU”. Me cuenta de country clubs y barrios en Chicago que excluyen a los judíos. Aunque cuando le pregunto si puedo mudarme a Shilo con mi esposa no judía, Avi dice que eso no estaría permitido.

Llena de leña la estufa para la noche, y nos sentamos a mirar el fuego.

 “Te voy a decir algo”, dice pensativo. “Si el mundo de pronto dejara de hacer la guerra por diez años, y terminara con todas las acusaciones contra nosotros, entonces podríamos destinar todo el dinero que invertimos en las fuerzas armadas para otros usos, y podríamos curar el cáncer.”

Rachel asiente. “Y la ALS[5] también.”

Mientras me cepillo los dientes, desde la puerta de Avi y Rachel veo un breve atisbo del cabello de Rachel suelto. Se ha quitado el tocado para dormir. Siento una oleada de culpa, mezclada con pena.

Desde la ventana de mi habitación en la colonia Shilo, tomé esta foto a obreros palestinos en una casa en construcción mientras esperan ser trasladados a los portones de la colonia al final de la jornada. 15/1/16.

Desde la ventana de mi habitación en la colonia Shilo, tomé esta foto a obreros palestinos en una casa en construcción mientras esperan ser trasladados a los portones de la colonia al final de la jornada. 15/1/16.

Por la mañana descubro a quién desplacé de su dormitorio. Mijael regresó tarde de Jerusalén y durmió en el sofá. Tiene el pelo largo, negro y grueso, y usa pantalones deportivos; cuando su madre entra en la habitación, se recuesta en sus hombros y falda. Parece un hippie, con cintas de cuero y un collar de dientes de tiburón. Pero está deseando entrar en el ejército. “Quiero jugar con tanques, aviones y barcos”, murmura con tono adolescente.

El muchacho estirándose medio desnudo en frente de sus padres junto al fuego es una imagen rara e íntima, y yo soy un tipo moderno. Es hora de partir.

Desde mi ventana, mi anfitrión me dice que se ven cinco colonias: Maale Levona, Givat Harel, Ariel, Eli y, en primer plano, Shilo.

Desde mi ventana, mi anfitrión me dice que se ven cinco colonias: Maale Levona, Givat Harel, Ariel, Eli y, en primer plano, Shilo.

Ofra

Cuando visité Israel por primera vez hace diez años, la mejor amiga de mi madre, que se había mudado a Jerusalén, me dio un kipá tejido de estilo nacionalista para observar el Sabbath en su casa, y desde entonces me ha sido muy útil. Pasé todo el día siguiente usándolo. Ofra es una colonia ortodoxa que se cierra completamente para el Sabbath. Tal parece que todo el mundo en la colonia camina por las calles hacia distintas sinagogas. Yo voy el viernes por la noche a la sinagoga que está a 200 metros de mi puerta. Mientras rezamos, las mujeres son invisibles. Todos los hombres usan camisa blanca. Excepto un tipo que llega tarde con un pelo exuberante y una hermosa chaqueta de terciopelo azul, acompañado de su hijo que viste un traje cruzado. Es obvio que recién inmigraron desde Francia.

¿Qué tan seguro se puede sentir uno aquí? Varios fieles llevan pistolas metidas dentro del cinturón; cuento cinco armas. Uno de los hombres además apoya un rifle semiautomático a sus pies. Tiene los hombros redondos y podría ser un contador en los EE.UU. Otros dos fieles pasan caminando con sus rifles colgando del hombro. Ya he hablado con suficientes colonos como para saber que creen que los judíos tienen derecho a vivir sin miedo donde les plazca en la bíblica tierra de Israel. Pero esto parece Argelia.

Un arma en la cintura de mi vecino, en la fila del supermercado de la colonia Ofra, antes del Sabbath. 15/1/16.

Un arma en la cintura de mi vecino, en la fila del supermercado de la colonia Ofra, antes del Sabbath. 15/1/16.

Mi apartamento es caro (147 dólares) y está en un barrio acomodado. Pertenece a un joven académico de cierto renombre. Se fue al mediodía por el Sabbath, pero antes de irse me trajo dátiles y un muffin, y me dijo que Avi tiene razón: los judíos israelíes están mayormente unidos detrás de la política de continuar la ocupación tal como ahora, o anexar porciones de Cisjordania.

 “Tal vez darles a los árabes una ciudadanía parcial dentro de esas áreas, si aprenden a vivir con nosotros. Y luego permitirles votar”, dice. “El problema con [los Acuerdos de] Oslo es que no trajo la paz. Creó problemas en todas partes: las expectativas palestinas de tener un estado no fueron satisfechas; y los israelíes terminaron entendiendo que no podrían vivir junto a un estado palestino que les sería hostil. Mira  Gaza. Si los israelíes hubieran encontrado la forma de que existiera un estado palestino pacífico que aceptara a Israel, entonces Oslo habría funcionado. Se podría haber evacuado a 400.000 colonos. Pero no puedo imaginarme de qué forma evacuarlos ahora”.

Desayuno de dátiles y muffin en la colonia Ofra.

Desayuno de dátiles y muffin en la colonia Ofra.

Las paredes están llenas de libros, y después de volver de la sinagoga escojo algunos en inglés. Un libro publicado por la Universidad de Ariel[6] dice que los palestinos deberían estar agradecidos a Israel por su alto nivel de vida, pero son una quinta columna. “La minoría árabe tiene suerte de no estar en algún país remoto en el cual el mundo no tenga interés alguno”.

Un libro sobre los mamíferos israelíes trae una historia horripilante sobre cómo los árabes supuestamente trataban a las hienas. Cuando cazaban a una, la cegaban con una barra de acero caliente y la ponían en una pequeña jaula, de 30 por 24 pulgadas. «La hiena enjaulada era llevada a ferias y fiestas, y por el pago de cierta suma, a las personas se les permitía golpearla y lastimarla. De este modo las hienas emitían sus extraños y continuos lamentos de miedo tan pronto como escuchaban u olían acercarse a la gente.»

Me quedo dormido y me despiertan voces y risas. Alguien debe de haber dejado una radio encendida. Son las 11 de la noche y cuando voy a mirar por la ventana de atrás, veo a una docena de niños sentados en la calle cantando. Salgo afuera para sumarme a la diversión. Hay niños y niñas por todas partes, sentadas en círculo, agrupados en una parada de autobús, jugando a esquivarse cerca de la sinagoga. Grupos de chicos y chicas más grandes pasan discutiendo acaloradamente. De esto se trata el Sabbath. Todo el mundo está relajado, y los niños inundan el espacio social cerrado del que disponen.

Los placeres simples de la noche me hacen sonreír. Más tarde me doy cuenta de que durante todo mi tiempo en las colonias no he visto una televisión.

Un libro publicado por la Universidad de Ariel en mi apartamento en la colonia Ofra.

Un libro publicado por la Universidad de Ariel en mi apartamento en la colonia Ofra.

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Mi anfitrión ha dado su palabra, y al día siguiente después de la sinagoga estoy invitado a un almuerzo de Sabbath camino abajo; “ven a las 12.30”. Otro invitado y yo nos sentamos en el living mientras las mujeres preparan la comida. Es médico, y le cuento lo que aprendí sobre las colonias como la continuación natural de la colonización judía de la tierra. Está de acuerdo, y dice que los sionistas liberales de la primera época de Israel “hicieron las cosas mucho peor” que los colonos de hoy.

 “En Yafo y Haifa expulsaron a los palestinos y tomaron su tierra. Nosotros no hicimos nada de eso. Estas comunidades están construidas en tierra estatal. Aquí no nos apoderamos de ninguna aldea palestina”.

El doctor dice que ahora hay consenso en la sociedad judío-israelí de que estas comunidades nunca serán evacuadas. Incluso un juez sionista liberal, Edmond Levy, ha dictaminado que son legales. Por supuesto que el mundo todavía actúa como si pudiera haber una solución de dos estados.

 “Es pura palabrería”, dice astutamente. “Incluso de Netanyahu. Está lo que uno dice, lo que uno escribe, y luego lo que realmente uno piensa”.

Nos llaman a la mesa. Me siento a la izquierda del gran patriarca y anfitrión, Yitzhak. Su esposa y dos de sus hijas nos sirven de una cocina repleta de comida. Salmón, pollo, humus, berenjena. La comida es muy buena, y nuestro anfitrión rompe a cantar a menudo durante el almuerzo ritual, golpeando la mesa. Me pregunto qué tan seculares son sus hijas; tienen aspecto de serlo. Una de ellas tiene un anillo en la nariz.

Por tercera vez cuento la historia de mi madre: un hijo por cada millón. Yitzhak inmediatamente la traduce para las chicas.

“¿Qué piensa de Obama?”, pregunto.

Suspira. “Te voy a decir: yo amo a cada persona que existe en el mundo. Pero él me odia y quiere destruir mi país. Es bueno que le quede tan poco tiempo, pero creo que después se va a ir a la ONU”.

Entonces Yitzhak empieza a hablar de política. Por unos diez minutos adoctrina con severidad a sus hijas sobre los grupos de derechos humanos de izquierda. Escucho los nombres de Ezra Nawi, Gideon Levy, B’Tselem, Breaking the Silence, Ta’ayush, Shalom Achshav (Paz Ahora).

Le pregunto al doctor de qué está hablando nuestro anfitrión.

“Breaking the silence”, dice. “Es un grupo de lunáticos que hacen esas terribles acusaciones contra Israel por violar los derechos humanos, dicen ellos. Si fuera por mí, habría que juntarlos a todos, ponerlos en un avión, buscar una forma de que el piloto se salve y al resto hacerlos estrellarse”.

Yo digo: “He oído sobre Gideon Levy, es un escritor”.

“Sí, es un lunático entre los lunáticos”.

El doctor me dice que los árabes sencillamente “quieren exterminarnos”. Le pregunto sobre Duma, que queda a pocas millas de aquí. El doctor me dice que no cree que los colonos mataran a la familia Dawabsha. Los jóvenes colonos acusados por el gobierno fueron torturados.

“Fueron los árabes, creemos”, dice. “Una provocación. Para que haya una reacción”.

Soldados caminan por la colonia Ofra en el Sabbath. 16/1/16.

Soldados caminan por la colonia Ofra en el Sabbath. 16/1/16.

Pregunto quién mató a Rabin, y un par de personas en la mesa dicen que no fue Yigal Amir, el derechista que está en prisión. Hubo otras personas detrás del asesinato. Los invitados cuentan historias que cuestionan la versión oficial sobre esa fatídica noche de 1995.

No es la primera teoría conspirativa que he escuchado en las colonias. En Gush Etzion, David también dijo que lo de Duma no fue obra de judíos y mencionó contradicciones en las evidencias. Me mostró una foto de él mismo con 16 obreros palestinos en una obra en construcción, y me dijo que ellos le contaron a un hombre que el famoso asesinato de los tres adolescentes colonos ocurrido en junio de 2014 no lejos de Gush Etzion no fue cometido por palestinos. Murieron en un accidente de tráfico, y los israelíes entonces inventaron la historia del asesinato para que el ejército pudiera entrar a las casas palestinas a robar dinero y joyas. Estas historias me impactan como evidencia de la extrema presión que hay en este conflicto. Cuando existe tanto encono entre las dos partes, la verdad fácilmente resulta politizada.

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Construcción nueva de la colonia McMansions, en Ofra. 15/1/16.

Construcción nueva de la colonia McMansions, en Ofra. 15/1/16.

Paso el Sabbath paseando y manteniendo más conversaciones políticas. Un californiano que está visitando a sus dos hermanas por una boda dice que admira lo que están haciendo aquí, pero que sus hermanas llevan una vida austera y dura. Él no podría hacerlo. Está enojado con los judíos estadounidenses por no brindar más apoyo. “El 90 por ciento de ellos votaron a Obama o no tienen religión. La mitad nunca ha estado aquí. No entienden que Obama odia a Israel y no es bueno para los judíos. Van a votar por Hillary como la salvadora”.

Una mujer con un alto nivel educativo que está de visita y vive en una colonia más secular, Efrat, dice que ella deja su casa en manos de una amiga palestina, pero que nunca habrá un estado palestino. “Ellos perdieron la oportunidad”.

Pero me dice que el establishment político israelí no ha renunciado totalmente a la solución de dos estados. Le pregunto qué pasaría si llegaran a un acuerdo y tuviera que abandonar Efrat.

“No hay manera”, dice.

Éste es el Israel que estoy viendo de cerca, un país judío duro donde la centro-derecha domina la cultura política. Es el mundo al que representa el columnista de Haaretz Ari Shavit cuando justifica a Netanyahu ante los restos de la izquierda. No sorprende en absoluto que en las últimas elecciones los laboristas se llamaran a sí mismos ‘el Campo Sionista’ y no dijeran una palabra sobre el proceso de paz.

Construcción nueva en la colonia Ofra.

Construcción nueva en la colonia Ofra.

El argumento de los colonos de que simplemente son la última extensión del sionismo me parece perfectamente coherente. Están continuando un proyecto que empezó 100 años atrás. En todos los lugares de las colonias donde estuve, recordé el argumento de Yusef Munayyer a Peter Beinart en junio pasado en Nueva York, de que si estás contra la ocupación no tiene sentido boicotear sólo las colonias: el Estado y toda la sociedad están detrás de su expansión. “El gobierno apoya la colonización en todo momento”, dice Netanyahu. También recuerdo la crítica de Munayyer de que el verdadero problema es una ideología sionista que pone a los judíos y sus derechos –y los derechos de los refugiados judíos– por encima de las personas que vivían antes en esta tierra, la mayoría de las cuales se convirtieron en refugiadas por causa de Israel. Mis conversaciones con los colonos me convencen visceralmente de algo que hasta ahora sólo había conocido por lecturas: el conflicto no va a terminar hasta que esa ideología de colonialismo insuflado con religión desaparezca, y todas las personas tengan los mismos derechos. Sé que hay odio y enemistad del lado palestino también. No va a ser una transición fácil. Pero como dice Munayyer, los occidentales tienen que empezar a imaginar cómo sería un solo estado.

Una continua sorpresa de mi viaje es que los medios de comunicación estadounidenses hayan hecho tan poco para mostrar al público la férrea perseverancia de los colonos y sus apoyos políticos. Ze’ev Elkin y Avigdor Lieberman, por cuyas casas he pasado caminando, son hombres muy poderosos en Israel. La omisión de los medios me da un sentido de responsabilidad: explicar al público estadounidense la ideología discriminatoria de estos colonos. Ari Shavit argumenta lo que también Avi me dijo: Israel mantiene a los judíos americanos como judíos, por eso tienen que apoyar a Israel. Pero el antisemitismo en Euopa, y la asimilación en EE.UU. (mi decisión de casarme con una no judía, que aflige a mis anfitriones) no son realmente importantes en esta discusión. Lo que importa es la realidad que está ante mis ojos: hay un solo estado, y es de discriminación. Éste es el mundo construido por los sionistas.

******

El Sabbath está terminando, y salgo a dar un paseo entre los niños. Chicas de 13 y 14 años están haciendo una competencia de salto largo. Una docena de ellas se lo toma muy en serio. Han trazado dos marcas en el camino y toman distancia para correr y saltar de una a la otra. Su inocencia y alegría son conmovedoras; qué excelente forma de pasar el resto del día.

Niñas colonas hacen una competencia de salto largo en una calle de Ofra, durante el Sabbath. 16/1/16

Niñas colonas hacen una competencia de salto largo en una calle de Ofra, durante el Sabbath. 16/1/16

Mi paseo me lleva afuera, hacia el valle. Paso a través de un pantano hacia una pequeña laguna. Cinco adolescentes están reunidos allí con un perro. El perro entra y sale chapoteando del agua fría y los chicos se burlan de mí, como hacen todos los chicos. Un par de ellos lleva kipá, pero no todos.

“¿Por qué estás aquí?” pregunta un chico de largo pelo rubio y rebelde y mejillas rozagantes.

“Vine a ver con mis propios ojos la…”

 “Ocupación”.

 “Sí. La gente dice que es una ocupación”, digo.

 “Nos encanta la ocupación”.

 “Dicen que ese es el problema”.

 “No, ese es el problema.” Señala una aldea palestina hacia el norte. “Ellos son los malos, nosotros somos los buenos”.

 “Algún día van a vivir juntos”, digo.

 “No”, dice un muchacho de pelo negro salvaje. “Judíos y árabes no nos llevamos bien. En otro tiempo eran nuestros esclavos”.

 “Holocausto”, dice el rubio.

 “Estás bromeando”, le digo.

 “Sí. Mi abuelo estuvo en el Holocausto. Hungría”.

 “¿Quién hizo lo de Duma?”

 “Judíos”. “Judíos”, coinciden los muchachos.

 “Sí, judíos”, dice el chico rubio. “Pero no sabían… había un bebé. Querían quemar una casa. Es un grupo pequeño”.

 “¿Qué tal la Línea Verde, qué tal la solución de dos estados?”

Sacude la cabeza. “Eso es pasado”.

“¿Entonces cuál es la solución?”

“Creo que un estado, dos…”

“…¿pueblos?”, digo.

 “Dos naciones. No religión y estado juntos. Como en Estados Unidos”.

 “Eso es bueno”, digo, y le doy la mano.

 “Somos el futuro”, dice.

 

Publicado en Mondoweiss el 26/1/2016. La primera parte está aquí, y la segunda aquí
Philip Weiss

Philip Weiss

Todas las fotografías son de Philip Weiss.
*Philip Weiss es un periodista judío estadounidense, fundador y co-editor de Mondoweiss, un portal informativo y de análisis anti-sionista sobre Palestina-Israel.


NOTAS

[1] Airbnb es un servicio mundial de alquiler para vacaciones que recientemente ha sido objeto de crítica desde que Al Jazeera reveló que en su lista de alojamientos incluye colonias israelíes ubicadas en territorio palestino ocupado. (N. de la T.).
[2] Las “hilltop settlements” son colonias bastante precarias ubicadas en lo más alto de las colinas palestinas, ilegales incluso para la ley israelí, y construidas como expansión de las colonias legales. Aun así, rara vez son desmanteladas por las autoridades, que igual les brindan los servicios públicos para su funcionamiento. Los colonos de las “hilltop” son conocidos por su fanatismo violento. (N. de la T.).
[3] En 2010 el gobierno de Netanyahu, cediendo a la presión de EEUU, aceptó congelar la construcción de colonias en Cisjordania por un período de 10 meses como condición para poder reanudar las negociaciones con los palestinos. La moratoria duró apenas ocho meses y el diálogo se volvió a interrumpir. (N. de la T.).
[4] ‘Gentil’ es la expresión bíblica para referirse a quienes no pertenecen al pueblo de Israel, y se usa para referirse a las personas no judías (goyim). (N. de la T.).
[5] ALS: esclerosis lateral amiotrófica (N. de la T.).
[6] La Universidad de Ariel está ubicada en el enorme bloque de colonias del mismo nombre, en tierras palestinas de Salfit, al noroeste de Cisjordania. (N. de la T.).

 

 

Acerca de María Landi

María Landi es una activista de derechos humanos latinoamericana, comprometida con la causa palestina. Desde 2011 ha sido voluntaria en distintos programas de observación y acompañamiento internacional en Cisjordania. Es columnista del portal Desinformémonos, corresponsal del semanario Brecha y escribe en varios medios independientes y alternativos.
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