“El mundo entero está contra nosotros”

La resolución del Consejo de Seguridad enfurece a un Israel cada vez más aislado


María Landi

Publicado en el semanario Brecha el 31/12/16

El 23 de diciembre el Consejo de Seguridad de la ONU (CS) aprobó la Resolución 2334 condenando la continua colonización israelí del territorio palestino. La iniciativa originalmente era patrocinada por Egipto, pero una llamada a medianoche al presidente Sisi de Donald Trump (todavía un simple ciudadano sin ninguna función pública) lo hizo desistir -recordemos que Egipto recibe 1.500 millones de dólares anuales de EE.UU. en ayuda militar. Ante ello, y a pesar de las frenéticas presiones de Israel, la moción fue presentada en conjunto por Malasia, Nueva Zelanda, Senegal y Venezuela, y aprobada por 14 votos, con la abstención de EE.UU.

No fue la primera resolución del CS contra las colonias, aunque la anterior (R465) es de 1980, cuando la empresa colonizadora israelí llevaba 13 años y estaba lejos de la magnitud que ha adquirido 50 años después: hoy ocupa más del 60 por ciento de Cisjordania, donde viven unos 400.000 colonos judíos -además de 200.000 en Jerusalén Este.

Tampoco ha sido la primera permitida por un gobierno estadounidense, pero sí por el de Obama, quien en 2011 vetó una resolución similar. De hecho desde 1967 los gobiernos de EE.UU., desde Johnson hasta Clinton, permitieron la aprobación de 77 resoluciones condenando a Israel. En cambio Obama, considerado el presidente más progresista, y teniendo que vérselas con el gobierno más ultraderechista de la historia de Israel, fue el que más blindó el CS en su favor.

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Chantaje y patoteo

Todo niño malcriado reacciona con berrinches furiosos cuando los mayores intentan imponerle algún límite, precisamente porque no está acostumbrado a ellos. Pero también sabe que, pasado el pataleo, quienes le han permitido crecer haciendo lo que le da la gana seguirán permitiéndoselo. Es cuestión de gritar mucho y fuerte para que se les quite las ganas de volver a contrariarlo. Pasada la bronca, todo seguirá como siempre y el malcriado continuará siendo el matón del barrio con el que nadie quiere meterse.

Así han sido las relaciones entre Israel y la comunidad internacional desde el origen mismo del proyecto sionista, y más aún después de la creación del Estado hebreo. Y vaya si el pataleo le ha redituado: en casi 70 años de existencia, explotando al máximo la culpa europea y los intereses geopolíticos yanquis, Israel ha hecho lo que quiere en Medio Oriente y en el mundo entero, acallando cualquier atisbo de crítica con su arma favorita de bullying: la acusación de antisemitismo.

Estos días Israel está atravesando uno de esos berrinches narcisistas. Netanyahu llamó a los embajadores de los 15 miembros del CS para regañarlos (incluido su principal aliado, por no haber usado el veto), anunció que suspendía sus “relaciones de trabajo” con ellos, y a través de Twitter desparramó una andanada de amenazas, afirmando que no va a respetar la resolución y continuará construyendo colonias en el territorio palestino, incluyendo Jerusalén Este.

Vaya novedad. Desde su fundación, Israel es el Estado que más resoluciones de la ONU ha incumplido. La R2334 no será una excepción, ya que fue aprobada bajo el capítulo 6 de la Carta de la ONU y por eso no tiene carácter vinculante (para que lo tuviera tendría que haberse aprobado bajo el capítulo 7). El texto tiene sólo carácter de recomendación; no incluye medidas coercitivas ni prevé sanciones por su no cumplimiento.

Por eso este cacareo no es más que pura retórica, ya que unos y otro saben que –al menos por ahora- nada va a cambiar en los hechos: Israel continuará ocupando y robando más tierra (y agua) de Cisjordania, construyendo en ella más colonias judías, bloqueando a la Franja de Gaza y demoliendo viviendas palestinas en Jerusalén y en todo el territorio que ha designado como “área C” –y que pretende anexar próximamente, con la ayuda de Trump. La única finalidad del pataleo histérico es quitarle las ganas a la ONU de volver a la carga con iniciativas de cualquier tipo. Porque si reacciona así ante un texto inofensivo, ¿qué no hará si alguna vez se aplica una sanción real?

Para tener una idea de la megalomanía y el autismo de los políticos y la sociedad israelíes, nada mejor que seguir los tuits de su eterno Primer Ministro:

– “Quienes trabajan con nosotros se beneficiarán, porque Israel tiene mucho que ofrecerle al mundo. Pero quienes trabajan contra nosotros perderán; porque sus acciones contra Israel tendrán un precio diplomático y económico.”

– “Esta resolución es un llamado a las armas para nuestros muchos amigos, en EE.UU y en todo el mundo, que están hartos de la hostilidad de la ONU hacia Israel.”

– En la nueva era, habrá un precio más alto para aquellos que intentan dañar a Israel, y ese precio será cobrado no sólo por EE.UU. sino también por Israel”.

Esto último en clara alusión al inminente ascenso de Trump, quien por su parte tuiteó, entre otras expresiones de fidelidad a Israel: “En lo que respecta a la ONU, las cosas serán diferentes después del 20 de enero” y “La ONU no es más que un club de amigos que se juntan para pasarla bien”.


La venganza del ninguneado

Algunos interpretan la abstención de EE.UU. como la cachetada de despedida de Obama, tanto a Trump como a Netanyahu, el ingrato que no reparó en escupir la mano que le daba de comer, desairándolo en cuanta ocasión tuvo. Pues más allá de la retórica hostil y la franca antipatía mutua, la Administración Obama fue la más generosa en su descomunal ayuda económica a Israel. Incluso en septiembre, como regalo de despedida, aprobó el paquete más grande en la historia de la relación entre ambos países: 38.000 millones de dólares para los próximos diez años. Israel, un diminuto territorio con menos de siete millones de habitantes, es el país del mundo que recibe más ayuda de EE.UU.

Y como recordó la misma representante de Obama en el CS, Samantha Power, su gobierno fue el único que en ocho años no permitió que se aprobara una sola resolución condenatoria de Israel. Eso favoreció la incesante expansión sionista, de modo que la abstención llega tarde. Obama sólo se atrevió a confrontar a Netanyahu al final de su mandato, cuando ya no tendrá que lidiar con las consecuencias de su decisión ni con la implementación de la resolución.


Una medida tardía y tímida

La R2334 reitera la inadmisibilidad de la adquisición de territorio por la fuerza, afirma que la construcción de colonias, el traslado de colonos israelíes al territorio ocupado, la alteración demográfica y física del mismo -incluyendo la demolición de viviendas e instalaciones y el desplazamiento de la población ocupada- son violaciones al Derecho Internacional Humanitario (citando el dictamen de la Corte Internacional de Justicia de 2004) y constituyen un obstáculo para alcanzar una paz justa y duradera.

Pero como escribió el periodista catalán Joan Cañete Bayle, la R2334, al igual que todos los intentos de la Administración Obama durante ocho años para impulsar la hace tiempo perimida ‘solución de dos estados’, han apuntado a “salvar a Israel de sí mismo”:

En plena frustración por la imposibilidad de impulsar un proceso de paz, John Kerry dijo: “la solución de los dos Estados es la única alternativa. Porque un Estado unitario o bien acabará siendo un Estado de apartheid o bien destruirá la capacidad de Israel de ser un Estado judío”. (…)  No es que Israel corra el riesgo de convertirse en un Estado de apartheid, es que ya actúa como tal. La resolución es el último aviso de un fiel amigo: estás yendo hacia el desastre. La realidad es que ya están instalados en él.”

Es bueno recordar también que este ‘salvataje’ se da en momentos en que el parlamento israelí está discutiendo un proyecto de ley para legalizar la totalidad de las colonias implantadas en el territorio palestino, enterrando las últimas ilusiones de los defensores de los dos estados.

A su vez, los críticos de la partición, que abogan por un solo Estado democrático, secular y no sionista en toda la Palestina histórica, han señalado los peligros que encierra la resolución:

– Al llamar a distinguir entre el territorio de Israel y los adquiridos mediante la guerra en 1967 (y por lo tanto ilegítimos según el Derecho Internacional), ignora que lo que se llama “territorio de Israel” ni siquiera es el propuesto en el plan de partición de la ONU de 1947, sino el resultado de la guerra de conquista de 1948, plasmado en el armisticio de 1949; y que la condición (hasta hoy incumplida) para reconocer a ese Estado era que Israel permitiera el retorno de los refugiados palestinos.

– Al reiterar la necesidad de alcanzar una solución negociada entre las partes sobre la base de la colección de iniciativas fracasadas (del Cuarteto, de la Liga Árabe, de Francia, de Rusia, de Egipto), ignora que a lo largo de su historia todos los gobiernos y dirigentes sionistas han dado muestras claras de no tener intención alguna de devolver un ápice del territorio apropiado; mucho menos lo que consideran sus áreas estratégicas: al oeste, los grandes bloques de colonias cercanos a la Línea Verde; en el centro, Jerusalén Este; y al este, el valle del Jordán. Es decir, nada.


Oportunidad para el BDS

De todos modos, es indiscutible que la R2334 tiene un importante valor simbólico –y eso es lo que le duele al sionismo-, pues pone en evidencia el amplio consenso mundial a favor de los derechos palestinos, a la vez que el creciente aislamiento de Israel, que por este derrotero va camino a convertirse en un Estado paria.

Sería hipócrita o ignorante no reconocer el papel del movimiento BDS (boicot, desinversión y sanciones a Israel), por lo menos en el deterioro de la imagen internacional de Israel y en el campo de posibilidades que la resolución abre, tanto hacia la profundización de iniciativas de boicot y sanciones (como las aprobadas por la Unión Europea sobre el etiquetado de productos de las colonias) como en la Corte Penal Internacional (CPI) para enjuiciar a dirigentes israelíes por crímenes de guerra.

En efecto, el hecho de que el CS afirme que todas las colonias israelíes son ilegales pues “constituyen una flagrante violación del Derecho Internacional” puede incidir en la investigación preliminar que la CPI está llevando a cabo a raíz de las denuncias presentadas por organizaciones palestinas de DD.HH. por violación de los Convenios de Ginebra y el Estatuto de Roma.

Asimismo, puesto que la resolución pide al Secretario General que informe cada tres meses al CS sobre su implementación, individuos y empresas –tanto israelíes como multinacionales- involucrados en actividades en las colonias estarían más expuestos a boicots, juicios internacionales y otras sanciones. Ello podría traducirse en una mayor presión sobre Israel, similar a la experimentada por Sudáfrica durante la era del apartheid.

Tampoco se puede ignorar que este aire fresco que salió del CS –reflejado en el prolongado aplauso con que sus miembros saludaron la aprobación de la resolución- puede muy pronto ser sofocado por la inauguración de la era Trump. El electo presidente, así como su próximo embajador en Israel (David Friedman, un fanático defensor de la colonización) ya han dado muestras de estar dispuestos a abrazar la agenda extremista del actual gobierno israelí, apoyando incluso la anexión de Cisjordania que reclaman algunos de sus ministros.

Sin duda el gobierno de Trump planteará nuevas contradicciones. En la medida que su discurso, su agenda y su futuro gabinete han dado muestras claras de racismo y antisemitismo (lo que preocupa a amplios segmentos de la comunidad judía en EE.UU.) al mismo tiempo que apoyan incondicionalmente a Israel, podrían contribuir a poner en evidencia que judaísmo y sionismo son dos cosas diferentes. Asimismo, la anexión de lo poco que queda de territorio palestino –facilitada por Trump- podría ser un realitiy-check para que la comunidad internacional abandone el ilusorio paradigma de los dos estados y se disponga a considerar una alternativa más realista para acabar con la etnocracia y el apartheid israelíes.

Pero ya se sabe que los gobiernos no definen su política exterior según principios de derechos humanos, sino en base a intereses -que suelen ser los de los grupos poderosos. Es tarea de los pueblos, de la sociedad civil organizada, empujar los cambios desde abajo. Las y los palestinos han señalado el camino ofreciendo una estrategia que está siendo la única capaz de tener un impacto significativo: la campaña internacional de BDS es más urgente que nunca para hacer frente a los tiempos que se avecinan. Usada estratégicamente, la resolución 2334 puede ser un insumo más en la dirección de más y mejor BDS.

NOTA: Todos los dibujos son de Carlos Latuff.

 

 

Acerca de María Landi

María Landi es una activista de derechos humanos latinoamericana, comprometida con la causa palestina. Desde 2011 ha sido voluntaria en distintos programas de observación y acompañamiento internacional en Cisjordania. Es columnista del portal Desinformémonos, corresponsal del semanario Brecha y escribe en varios medios independientes y alternativos.
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